lunes, 10 de marzo de 2008

Desierto de atacama



En este balneario vivimos alrededor de 70 personas, no hay luz eléctrica, nos iluminamos con faroles. La noche está estrellada. La luna llena se posa en medio del cielo. En el bar “La vuelta” hay pocas mesas, sólo 2 sillas por mesa. Está iluminado por velas y una estufa a leña que todas las noches prenden a las 20:00, sin excepción. Está sobre la arena, a unos metros del mar cuando éste está crecido. Se puede escuchar las olas romper sobre las rocas, al pie de la duna. La dueña es una mujer de pelo lacio negro, ojos verdes, lindo cuerpo, llamada Florencia. Tiene unos 25 años y es muy gentil con Matías que va casi todas las noches a comer una milanesa de pescado al pan. “No tengo hambre pero sí muchas ganas de caminar” le dijo en broma antes de decirle que no le hiciera una milanesa pero que se daría una vuelta después de ir hasta las rocas. Entre las rocas hay un pequeño escondite, es una especie de cueva. Las olas después de romper contra las rocas dejan caer la brisa. Como la brisa es poca, el cigarro no se moja mucho. Al salir de las rocas, se sacó las chancletas y volvió a caminar descalzo por la orilla. Las olas le mojaban los pies. En el bar la dueña está sola. Se acercó y ella empezó la conversación:
- ¿No tenés hambre?
- Pase por lo de Marta y me dio un pollo que voy a hacer a las brasas.
- Que bien.
- Si cerrás temprano podríamos ir a casa.
- Llevo un vino.
- Mejor lleva una coca, no tomo alcohol.
- Cierro ahora y vamos para tu casa.
- Te espero en la puerta.
Salieron caminado juntos por la calle oscura. El rancho de Matías queda a unas 8 cuadras en las que estuvieron hablando de la vecina del pollo. Florencia quería cambiar de conversación ya que estaba ansiosa por saber más de este hombre. Ya había averiguado algunas cosas con los vecinos. Le habían contado que era escritor. Nadie sabía muy bien porque se había venido de Montevideo, todos suponían que le gustaba la playa porque siempre daba vueltas por ésta.
Matías durante los silencios recordaba cuando, Marta, le había contado que la dueña del bar vivió toda la vida ahí, que su madre había muerto y su padre desde la muerte de ella se había dedicado a viajar y una vez al mes le mandaba postales. Todos sabían que no tenía novio pero que en los veranos aprovechaba para encontrarse algún mochilero.
El escritor entra en su rancho, camina unos pasos, prende un farol a mantilla que hay en el centro del estar e invita a pasar a Florencia. Las paredes son de color celeste, hay una estufa a leña, almohadones tirados en el piso y láminas en las paredes. Ella se detuvo a mirar una por una las láminas.
- La única que conozco es “El grito”.
- El de enfrente es: “El eco del llanto”, el que está
arriba de la estufa es: “Actores cómicos en escena”, el
de allá es un rancho que nunca encontré: “Alquería
Nuenen” y por último el que está al costado de la
puerta es: “Mímica de un rostro”.
En la cocina, un poco desordenada, la morocha deja la coca sobre la mesada. El escritor agarra el pollo de adentro de una heladerita con hielo, lo pone sobre una bandeja y la invita a ir al parrillero. Pasan por un pasillo beige que tiene 3 puertas y lleva al fondo. Le señala la puerta verde, que es, la del baño donde todos estamos inmaduros. Le muestra la puerta roja que lleva a un cuarto pequeño dónde hay un escritorio con una máquina de escribir y muchas hojas tiradas en el piso. La tercer puerta, está abierta, es la del dormitorio y es amarilla para espantar a las moscas.
- Como ves, el cuarto es sencillo.
La pared es de color blanco, hay una cama de 2 plazas con las sábanas desechas y un par de velas que prende. La morocha desnuda una sonrisa.
- Me imagino que habrás deslumbrado muchas mujeres.
- No es así, desde que me mudé sos la primera que entra.
Se dirigen al parrillero.
- Tenés una casa hermosa. ¿A que te dedicas?
- Escribo.
- Estas trabajando en algo.
- Ordenando muchos apuntes que tengo.
- Me gustaría leer algo tuyo.
Matías entra en la casa y sale con un libro. Sienten unos aplausos, va hacia la puerta y ve a Marta. Mujer de unos 23 años, rubia, ojos marrones.
- ¿Cómo estas?. Vine a ver si precisabas algo.
- Estoy con Florencia, por cocinar el pollo que me regalaste, ¿Querés
pasar?
- Sí gracias.
Mientras caminan por el pasillo la rubia se atreve a decir:
- Nunca había visto tu casa, me gusta.
- Es como todas. Pasá por acá que estamos en el parrillero.
Le acerca una silla.
- Florencia ¿cómo estas?
- Bien. ¿Y vos?
- Le estaba comentando la casa linda que tiene.
- Viste es hermosa.
- Si nunca había entrado.
La rubia toma el libro que está sobre la mesa.
- ¿Este poemario es tuyo?.
- Sí, es lo último que publiqué.
- ¿De que trata?
- Sobre la pérdida y la recuperación.
La morocha piensa que cosas habrá perdido para amedrentarse a la primera oportunidad de poder lograr algo.
- Interesante. Tenés uno que me puedas prestar.
Entra en la casa y sale con un libro en la mano.
- Te lo regalo.
- Gracias... ¿Escribís mucho?
- Hace un momento le estaba diciendo a Florencia, que estoy ordenando
unos apuntes que tengo.
- Basta de hablar de mí, decime Florencia ¿hace cuanto se fue tu padre?
- Hace ya 2 años. Ahora está en Puerto Escondido.
La rubia no quiso quedarse atrás en la conversación.
- Yo me acuerdo de tu padre. Todas las mañanas caminaba por la playa en
busca de berberechos.
- Sí, le encantan. Los traía al mediodía. Mamá y yo los cocinábamos.
Quiere empezar a indagar más en la vida de ella.
- Lo debes de extrañar.
- Al principio mucho, pero ya me acostumbré a vivir sola. Una vez por mes
me llega una carta de él con fotos de donde está. – algo melancólica
Un silencio se apoderó de la mesa. Matías no quiso meter el dedo en la llaga. Marta sabía que era un tema delicado y que pocas veces había hablado de ello. Todos se miraron por un segundo y desviaron las miradas. Florencia se sirvió un vaso de coca y rompió el silencio haciendo un chiste sobre la soledad y el abandono. La bebida o capaz la falta de palabras, después de hablar durante rato, o las ganas de pensar en como reavivar la noche los impulsó a ir al baño. Mientras el escritor mea piensa en lo malo de la cortesía, si lo que él quería era estar a solas con la morocha. La morocha se mira en el espejo queriendo conocer más a fondo al escritor y deseando que la rubia los dejara a solas. La rubia se preguntaba como puede hacer para que termine la buena onda entre Matías y Florencia.

- ¿Quieren pasar para adentro que está refrescando? – se aventura a decir Matías. Se acomoda en un sillón, agarra unas cartas de la mesa, las tapa con la mano y mira a las dos alternativamente.
- No estarás pensando en jugar al póquer por la ropa – dice la rubia con sonrisa picarona.
- Podría ser aunque no lo tenía pensado.
- Yo no me voy a desnudar con ustedes – dice la morocha poniéndose seria.
- Sólo si perdés – dice la rubia toreándola.
- Es para divertirnos – agrega el escritor.
- Yo pensé que eras tierno, que te interesabas por las personas pero resulta
que sólo querés divertirte – dice Florencia enojada
- No es eso.
- Claro que sí, yo no pienso hacer un ménage tua. – la morocha de un portazo abandona la casa. Marta lo abraza y le empieza a acariciar el pelo. Él se acuesta sobre las piernas de ella que lo empieza a besar pero el escritor la frena, se levanta y agarrándola de los brazos la invita a levantarse.
- Si no te molesta, te puedo pedir que me dejes solo.
- Pero no entiendo.
- Es que no quiero hacer esto.
- Con una condición.
- ¿Cuál?
- Que pases por casa mañana.
- Esta bien.
- ¿A que hora te espero?
- En el día paso
- Pero pasá.
- Sí, no te preocupes. Chau
- Hasta mañana
Matías cierra la puerta del rancho, va para el escritorio se sienta delante de la máquina de escribir y pone:

Las historias de amor son algo
que no comprendo.
Así vuelvo a estropear
un amor por tratar de aprovechar lo bizarro
de las situaciones.

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